IMAGINE
https://www.youtube.com/watch?v=vGYFgiqJv2E
Imagine there's no heaven
It's easy if you try
No hell below us
Above us only sky
Imagine all the people Living for today...
Imagine there's no countries
It isn't hard to do
Nothing to kill or die for
And no religion too
Imagine all the people
Living life in peace
You may say I'm a dreamer
But I'm not the only one
I hope someday you'll join us
And the world will be as one
Imagine no possessions
I wonder if you can
No need for greed or hunger
A brotherhood of man
Imagine all the people
Sharing all the world...
You may say I'm a dreamer
But I'm not the only one
I hope someday you'll join us
And the world will live as one
Tasación para reparto de herencia
Las normas de extintores en vehículos de transporte: ni poesía ni teoría, sólo obligación.
Seamos claros desde el principio, como haría un buen manchego al llegar a la barra del bar: aquí no se viene a filosofar sobre contextos ni mundos, sino a hablar de lo que toca y como se debe. Y lo que toca, que no es poco, es la normativa que rige los extintores en vehículos de transporte de mercancías, esa que pocos conocen bien y muchos incumplen... hasta que el fuego les recuerda que lo barato siempre sale caro.
Y es que el fuego no avisa. No se presenta con tarjeta de visita ni con modales. Ataca. Devora. Calcina. Por eso, tener un extintor no es cuestión de si me parece o no. Es una obligación. Un requisito legal y técnico. Un salvavidas que no tiene poesía, pero sí urgencia.
El asunto empieza con un nombre feo pero serio: Reglamento General de Vehículos, ese que se aprende uno a golpe de sanción. Y le sigue otro igual de seco: el RIPCI, o lo que es lo mismo, el Reglamento de Instalaciones de Protección Contra Incendios. Juntos forman el binomio que pone orden en el mundo extintor. Y no, no hablamos de una metáfora, sino de la literalidad más absoluta: si el camión tiene más de 3.500 kilos de Masa Máxima Autorizada (MMA), ha de llevar sí o sí su correspondiente extintor.
Y no cualquier cosa que eche espuma, no. Tiene que ser portátil, manual, homologado y con polvo seco tipo ABC. Porque aquí no se juega a los experimentos: se apaga fuego de clase A (sólidos), B (líquidos inflamables) y C (gases combustibles), y se hace conforme a ley.
Vamos a lo práctico, que es lo que interesa al transportista:
Hasta 7.000 kg de MMA: un extintor de 6 kg mínimo (21A/113B). No es decorativo, es vital.
Hasta 20.000 kg: aquí la cosa sube, como debe ser. Un extintor de 9 kg mínimo (34A/144B).
Más de 20.000 kg: el doble. Dos extintores de 9 kg cada uno, con las mismas capacidades mínimas.
Y si llevas menos de 3.500 kg, enhorabuena, desde la Orden PRE/52/2010 no estás obligado. Pero eso no quita que debas usar el sentido común y llevar uno por si acaso.
Ahora bien, si lo que transportas no son cajas de embutido o tornillos, sino materiales inflamables, tóxicos o corrosivos, la historia cambia. Y cambia en serio. Entra en juego el ADR 2025, ese compendio de reglas que, lejos de la burocracia aburrida, puede ser la línea entre vivir o no contarla.
En este caso, el extintor no es una opción. Es una obligación reforzada. Y sus condiciones también se endurecen:
Deben ser aptos para fuegos A, B y C.
El agente extintor debe ser polvo seco o equivalente.
Homologación ADR y RIPCI. Porque aquí, lo improvisado mata.
En cuanto a los extintores en vehículos de mercancías peligrosas, no se juega con fuego. Vamos al desglose, que es donde muchos fallan:
Más de 7.500 kg de MMA: al menos 12 kg de capacidad total, uno de los cuales debe ser de 6 kg mínimo.
Entre 3.500 kg y 7.500 kg: 8 kg mínimos, con uno de 6 kg garantizado.
Hasta 3.500 kg: 4 kg de polvo seco. Sí, incluso para los pequeños.
Y si el vehículo está parcialmente exento según el apartado 1.1.3.6 del ADR, no se libra: 2 kg de polvo seco al menos. El fuego no respeta excepciones administrativas.
De nada sirve llevar el extintor reglamentario si está caducado, descargado o más abandonado que una cabina telefónica. Aquí se exige control, revisión y responsabilidad.
Precintado, para que no haya dudas sobre su uso.
Inspección periódica, según el RIPCI.
Etiqueta visible con la fecha de la última revisión.
Marca de conformidad bien clara.
Ubicación accesible y protegida del clima. Porque de poco sirve si está debajo de la lona o encerrado con candado.
Y todo esto no es opcional. No cumplir significa multas, inmovilización del vehículo o, directamente, retirada de la autorización para circular. Y luego vendrán los lamentos.
No hace falta hacer poesía barata para entenderlo: conducir un camión con carga es una responsabilidad enorme. Y no solo por el tráfico o la logística, sino por la seguridad real, tangible y urgente que implica mover toneladas de material de un punto a otro.
Por eso, lo mínimo que se puede exigir es esto:
Conocer la MMA del vehículo y ajustar el número de extintores.
Revisar periódicamente los dispositivos.
Ubicarlos correctamente dentro del vehículo, no debajo de sacos o herramientas.
Capacitarse en el uso. Porque tenerlo sin saber usarlo es como tener paraguas sin saber abrirlo.
Comprar solo extintores homologados.
Y lo más importante: estar al día con los cambios normativos. Que las leyes cambian y el desconocimiento nunca exime.
Los extintores no son decoración. Son barreras contra tragedias. Tenerlos bien instalados, revisados y adaptados a la carga y el vehículo no solo salva vidas, sino que evita ruinas, multas y desgracias.
No se trata de cumplir para salir del paso, sino de asumir que cada kilómetro recorrido con mercancías lleva un compromiso. Y ese compromiso empieza por respetar la norma, cumplir la ley y preparar al conductor.
No se necesita mística ni adorno. Solo sentido común y rigor. Lo demás, es palabrería inútil.
Incendio en Alcantarilla: una sartén, una chispa y un barrio entero en vilo.
El domingo por la mañana, cuando el sol ya cae a plomo y la misa arranca con el campanario despeinado por el levante murciano, la Calle Carros dejó de oler a café para empezar a oler a humo. Un humo espeso, negruzco, con sabor a plástico derretido y grasa ardiendo, que subía como un mal presagio desde el segundo piso de una vivienda que, hasta ese instante, no había dado más guerra que la de una persiana vieja.
Los vecinos, en zapatillas y con la legaña aún a medio quitar, salieron como impulsados por un resorte. Las ventanas se llenaron de ojos. El rumor del fuego, ese que no necesita presentaciones, ya había prendido no solo en la cocina, sino en la conciencia colectiva de una comunidad que vio cómo en segundos la tranquilidad se les iba por la rendija del susto.
Una sartén olvidada. Un fuego que no espera. Y el teléfono de emergencias, por suerte, más rápido que las llamas.
Porque la cocina, esa que nos da de comer, también puede quitárnoslo todo. Una sartén encendida y olvidada puede ser más letal que una fuga de gas o un cortocircuito. El aceite chisporroteando, la llama que se alza y los muebles que ceden al calor en segundos. Ese fue el punto de partida del incendio en Alcantarilla. Una tragedia que no terminó siéndolo gracias a la celeridad de los bomberos y a un vecindario que no se quedó cruzado de brazos.
Y aquí entra, sin metáforas ni adornos, el valor del equipamiento correcto. Porque cuando el fuego aparece, no sirve de nada el mármol ni la estética: lo que salva es una mesa de acero inoxidable, un extintor cargado, una alarma que suena cuando debe.
En esta ocasión, el equipo de bomberos actuó con una precisión que merece aplauso: entraron, sofocaron y salieron sin que nadie saliera herido. Pero no siempre se tiene esa suerte. Y depender de la fortuna es un lujo que no nos podemos permitir.
Aquí, en este punto exacto del relato, es donde muchos se desconectan. Creen que el “mundo extintor” es cosa de empresas, de naves industriales o de camiones cisterna. Craso error. Un extintor en una cocina es tan vital como un fuego bien controlado. Pero muchos hogares no lo tienen, o lo tienen olvidado, descargado, colgado como decoración.
Los extintores deben estar a la vista, accesibles y operativos. No en lo alto del armario ni detrás del microondas. Y no cualquier extintor: uno adecuado para fuegos de tipo A, B y C, y con polvo seco. La grasa de cocina no se apaga con agua, y usarla puede convertir el fuego en una bola imparable.
Lo ocurrido en Alcantarilla no es anécdota, es advertencia. Una cocina mal equipada es una trampa. Y en este país, donde la gastronomía es religión, no podemos permitirnos cocinar entre riesgos.
El incendio en Alcantarilla debe ser el punto de inflexión para replantear la seguridad en los hogares. Ya no basta con tener muebles bonitos o electrodomésticos modernos. Hace falta lo básico: superficies que no ardan, extintores operativos, detectores de humo, revisiones periódicas y formación.
Porque sí, saber usar un extintor es tan importante como tenerlo. Y aquí es donde entran las campañas de prevención, los talleres barriales, las acciones cívicas que enseñan, que previenen, que salvan.
No se trata solo de extintores. El mobiliario también juega su papel. Las mesas de acero inoxidable, que tanto abundan en cocinas industriales, deberían ser estándar en todas las cocinas domésticas. No se incendian, no se deforman, y permiten limpiar rápido cualquier derrame que, de otro modo, podría alimentar un incendio.
Este tipo de mobiliario no es lujo, es necesidad. Y no cuesta tanto como luego cuesta reconstruir una cocina calcinada.
En Alcantarilla, los daños materiales fueron contenibles. Pero, ¿y si las superficies hubieran sido de aglomerado barato, madera barnizada o plástico? El desenlace sería otro. Por eso insistimos en que la prevención empieza en los detalles. No hay decisión pequeña cuando hablamos de fuego.
Un hogar debe tener un plan. Y ese plan debe incluir, sí o sí, un protocolo contra incendios.
Extintores verificados y cargados, adaptados a la cocina.
Detectores de humo bien ubicados y con baterías revisadas.
Salidas de emergencia despejadas.
Acceso al suministro de gas fácil de cortar.
Y, por supuesto, mobiliario resistente al fuego.
Además, es vital formar a todos los miembros del hogar, incluso a los adolescentes, sobre cómo actuar en caso de emergencia. El fuego no espera a que llegue un adulto. Y cuando se propaga, cada segundo cuenta.
En Alcantarilla, fueron los vecinos los que, alertados por el humo, dieron la voz de alarma. Esa reacción rápida marca la diferencia entre un susto y una tragedia. Porque vivir en comunidad no es solo saludar al pasar, sino también estar atentos, implicados, dispuestos a actuar.
Las asociaciones vecinales, los centros culturales y las juntas de distrito tienen un papel esencial en promover la formación, la inspección y la dotación de equipamiento básico de seguridad.
Lo que ocurrió en Alcantarilla fue, por fortuna, solo un aviso. Pero no podemos vivir esperando que el siguiente incendio sea igual de benigno. Hay que actuar. Revisar cocinas. Instalar extintores. Elegir mobiliario que aguante. Formarse. Invertir. Y nunca, nunca, dejar que una sartén olvidada escriba el último capítulo de nuestras historias.
Porque la seguridad, amigos, no es un gesto heroico ni una hazaña técnica. Es rutina. Es previsión. Es compromiso.